Me encontraba esperando el tren, despidiéndome de mi chica,
del fuego, de besos largos con lengua que te dejaban la cara llena de barra de
labios, y con una erección más grande de lo normal, marchando tras la llamada
de algún editor que quería una audición de cualquiera de mis poemas, delante de
incompetentes sabelotodo que creían que podían criticar mi obra sin haberla
vivido.
De mientras esperando para llamar a mi chica del pueblo,
llegar y que la erección me durara lo suficiente como para poder echar un meneo rápido en los lavabos de la
estación de tren al llegar, justo al despedirme, llamaron mi nombre por el
megáfono de la estación- ¿usted es el señor Cortrains? Tiene una llamada
telefónica del extranjero.- Únicamente podía significar una cosa, o que mi
abuelo se había ido a un lugar donde todo eran coños afeitados y senos
juguetones, o que mi chica del extranjero quería saber si iba ese fin de semana
a mi supuesta casa y ver a mi supuesto hijo de nueve años, Dean.
Entonces vivía en tres ciudades distintas, de ciudad en
ciudad relatando mis poemas, viviendo de casa en casa, ganando miserias,
gastándolas para una botella del whiskey más barato que no diera una resaca
insoportable, y distintas mujeres esperándome para darles de comer y algo de
acción. Y yo sin quererlo, ya estaba colocado.
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